Como vimos en el artículo de la semana pasada, en el que hablábamos acerca de los problemas de atención en los niños y niñas, existen diagnósticos, como el TDAH, provocados por problemas en las funciones ejecutivas, pero…
¿Qué son? ¿Cómo se originan? ¿Se pueden mejorar?
En este artículo, las definiremos como los procesos mentales mediante los cuales, resolvemos problemas de forma eficaz, y acorde a las reglas impuestas en la sociedad.
Estos problemas, además, pueden ser internos o externos: los problemas internos tienen que ver con los aspectos emocionales, cognitivos y motivacionales de cada persona; los externos, son el resultado de la interacción entre el individuo y su entorno.
El estudio de las funciones ejecutivas comenzó con la investigación de pacientes con daño cerebral, como Phineas Gage, que mostró severos problemas en el control y la regulación de su comportamiento a causa de un accidente, en el que, debido a una explosión en la obra en la que trabajaba, una barra de hierro le atravesó el cráneo.
Los investigadores, viendo que los pacientes que tenían dañados los lóbulos frontales realizaban de forma errónea determinadas tareas, pudieron localizar, anatómicamente, qué parte del cerebro se encargaba de estas habilidades.
Luria fue el primer autor que, sin llegar a mencionar el término, conceptualizó las funciones ejecutivas como los procesos cognitivos que controlaban la iniciativa, la motivación, el autocontrol del comportamiento, la formación de metas y planes de acción, y la autorregulación de la conducta; asociando, todos ellos, a los lóbulos frontales.
No obstante, el concepto de “funciones ejecutivas” lo creó Muriel Lezak, en 1982, definiéndolas como: “las capacidades mentales esenciales para llevar a cabo una conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente”.
Se ha descubierto que la corteza prefrontal es la base neurológica de las funciones ejecutivas. Es la región más reciente, desde el punto de vista evolutivo, y constituye el 30% de toda la corteza cerebral. Se desarrolla lentamente durante los primeros años de vida, hasta los 25, momento en el que se estabiliza.
La corteza prefrontal se divide en tres partes, dependiendo de sus funciones principales: dorsolateral, medial y orbitofrontal.
- La corteza prefrontal dorsolateral se encarga de la memoria de trabajo, la planificación, la fluencia verbal, la formación de estrategias, el establecimiento de objetivos y la flexibilidad cognitiva; es decir, se encarga de crear distintas formas de solucionar el mismo problema. La alteración de esta zona se caracteriza por provocar un alto grado de desorganización, poca tolerancia a la frustración y una deteriorada toma de decisiones, además de un alto grado de rigidez.
- La corteza prefrontal orbitofrontal se encarga del control de la conducta y de las distracciones. Cuando esta zona se ve afectada, se puede apreciar un déficit de atención, con un pobre control de impulsos, además de hiperactividad, sin estrategias para desgastar la energía acumulada. Pueden darse casos de desinterés por las reglas sociales, sin mostrar preocupación por las consecuencias de su conducta.
- La corteza prefrontal medial se encarga de la motivación, iniciativa y atención selectiva y sostenida. A pesar de que la lesión de esta área es la menos habitual, por estar localizada en una zona más interior del cerebro, en el caso de ser dañada, se observan rasgos de apatía, pasividad e inercia conductual, además de problemas de atención.
La corteza prefrontal puede verse lesionada, dañada o alterada por diversas circunstancias:
- Factores genéticos.
- Problemas antes, durante y después del parto.
- Entornos familiares complejos, en los que no se ha podido realizar un adecuado aprendizaje durante la infancia y la adolescencia.
- Enfermedades mentales: trastorno de estrés postraumático, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno de la conducta alimentaria, etc.
- Enfermedades físico-orgánicas: diabetes, apnea del sueño, EPOC, etc.
- Lesiones cerebrales: traumatismos craneoencefálicos, ictus, etc.
- Enfermedades neurodegenerativas: Alzheimer, Parkinson, ELA, etc.
El tratamiento más adecuado en el abordaje de las funciones ejecutivas, habitualmente dirigido por profesionales de la educación y de la salud, depende de cada individuo.
A la hora de realizar una intervención adecuada, es importante evaluar qué ha originado los problemas detectados, qué puede estar influyendo para que se mantengan, y de qué forma están afectando a la vida de la persona.
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