¿Alguna vez te ha pasado que, después de un tiempo conociendo a una persona, de repente, ha desaparecido sin dejar rastro?
O tal vez lo hayas sentido al revés, cuando has tenido miedo – o pereza – al tener que explicarle a alguien a quien estás conociendo, que tu interés en esa relación ya no es el mismo que al principio, y por eso, has ido dejando que la conversación muriera, o que las citas se vayan dilatando en el tiempo.
Si te sientes identificado/a con alguna de las dos situaciones, seguramente te interesará el contenido de este artículo.
La responsabilidad afectiva implica la necesidad de hacernos cargo de nuestras relaciones -sean del tipo que sean- responsabilizándonos de nuestras acciones, que tienen efectos en otras personas, con el fin de no herir, o al menos, minimizar al máximo posible este daño.
En definitiva, es saber que los vínculos que construimos con otras personas, implican cuidados. Esta responsabilidad va en dirección a la persona que tengo enfrente, pero también en relación conmigo mismo.
A continuación, veremos algunas pautas para tratar de ser afectivamente responsables:
1. No hacer daño al otro, pero tampoco, hacérnoslo a nosotros mismos:
Si nos encontramos en una relación en la que, por no hacer daño a la otra persona, terminamos forzando sentimientos, actitudes o acciones que, de manera natural, no existen: no estamos siendo responsable afectivamente.
De la misma forma, si no sentimos que esa relación deba continuar o ir a más, tampoco desapareceremos sin dar explicaciones, si pretendemos hacer las cosas de la forma adecuada. No debemos ilusionar a alguien o hacer planes de futuro con él, si no queremos nada serio con esa persona.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Quizá sea buena idea explicar que no sentimos el mismo interés que antes, o que él, a pesar de que ha sido bonito el poder compartir momentos juntos.
2. No pretender que otros paguen por el daño que a nosotros nos han hecho en el pasado:
Si alguien hace algo que nos hace daño o que nos recuerda a algo que nos hicieron en el pasado, y esto reactiva ese daño, no es sano que ataquemos, que desaparezcamos o que pretendamos que él sepa lo que sentimos sin decírselo, porque no puede leernos la mente.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Lo mejor será explicar abiertamente, y de forma educada, lo que pensamos, lo que sentimos, y lo que creemos que podría arreglar las cosas en este momento, o al menos, tratar de que no se vuelva a repetir.
3. No imponer al otro lo que nosotros quiero:
No podemos obligar al otro a que nos quiera, a que haga lo que nosotros creo que debe hacer, a que nos dé siempre lo que necesitamos… en cambio, sí que podemos tener claros cuáles son los límites que ponemos en las relaciones para sentirnos a gusto, y sin los cuales, las cosas no van a funcionar.
Es necesario dejar las cosas claras; cuáles son nuestras intenciones y qué expectativas tenemos con esa relación.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Podría ser buena idea el tratar de transmitir al otro lo que para nosotros es importante en la relación, y ver a qué clase de acuerdos podemos llegar juntos.
4. Respetar los límites de la otra persona:
En relación al punto anterior, de la misma forma que nosotros tenemos que tener claros nuestros propios límites, también el otro tendrá los suyos, y es necesario que se respeten todos.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Es necesario que escuchemos lo que la otra persona tiene que decirnos al respecto, para tratar de adaptarnos el uno al otro, haciendo que la relación sea saludable, creando un entorno en el que ambos estemos a gusto.
5. Tener empatía con el otro y tratarnos con cariño también a nosotros mismos:
Hay personas que, cuando comienzan una relación, se olvidan de sí mismos por completo, quedando al servicio de las necesidades del otro. De la misma forma, hay otras personas que no tienen en cuenta a la otra parte de la relación, preocupándose sólo de sí mismos.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Es importante que nos escuchemos a nosotros mismos, tanto como al otro; que nos cuidemos, que tratemos de pensar cómo se siente el otro, que nos entendamos mutuamente… La relación, en este caso, la conformamos dos personas, por lo que, se ha de atender a ambas.
6. Ser coherente y consecuente con nuestras decisiones:
Si en algún momento hemos tomado una decisión con respecto a otra persona (por ejemplo, hemos decidido dejar de verla) y no han cambiado ni la situación, ni mis emociones, no vamos a buscar nada más de ella, ni le vamos a pedir algo que no va en la línea de la decisión que tomamos.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Debido a la necesidad de congruencia, será mejor que nos mantengamos en la línea de la decisión tomada, por nuestro bien y por el de la otra persona.
7. Ser conscientes de que lo que hacemos o decimos tiene consecuencias:
En nuestra sociedad, es frecuente el miedo al compromiso (aquí puedes leer un artículo al respecto), y por eso, solemos olvidarnos o rehuir de que, lo que hacemos, puede tener consecuencias en el otro.
Es importante que nos responsabilicemos y que, aunque para nosotros no sea tan importante o suponga un mal trago, hagamos lo posible por minimizar el efecto negativo que tenemos en el otro.
Y, ¿cómo hemos de actuar en estos casos?
Podemos pensar en cómo nos gustaría que actuara la otra persona con nosotros en esa situación, si estuviéramos en su posición, siendo sinceros y empáticos.
Si te sientes identificada/o con lo comentado a lo largo de este artículo, o si tienes alguna duda o comentario que hacernos, estaremos encantados/as de escucharte y acompañarte en lo que necesites.