A. está embarazada y tiene miedo. Nadie aclara si, dentro de la pandemia por Covid-19, su grupo pertenece a un alto riesgo en caso de contagio.
Cuando llega el día de los primeros permisos para pasear, A. sigue aterrorizada. “¿Y si me contagio? ¿Y si el virus llega a la placenta? ¿Y si cuando dé a luz tienen que separarme de mi hijo porque no es seguro que estemos juntos?” Su mente no descansa y éstos, y otros muchos pensamientos, le ahogan.
En un primer momento, decide no salir de casa: así no habrá ningún peligro. Pero los expertos le recomiendan salir a pasear, y cuando lo intenta, todos esos pensamientos vuelven a ahogarle; hasta tal punto, que comienza a tener algunas crisis de ansiedad.
El miedo y los pensamientos catastrofistas desencadenan llantos incontrolables, hiperventilación, falta de aire para respirar, angustia, descontrol… A. no ha sabido gestionarlos y la intolerancia a la incertidumbre (que se alimenta a base de pensamientos del tipo “¿y si…?”) ha funcionado como combustible para estas crisis.
Es sano tener miedo: podemos y debemos tenerlo. Hay situaciones de evidente peligro en las que éste es necesario y nos ayuda a enfrentarlas o a huir de ellas. Pero no podemos dejar que esta emoción nos paralice, ya que cuando estemos quietos, no huiremos del peligro ni lucharemos contra él. Es entonces cuando aparece la angustia y la ansiedad. Racionalizando, diferenciando los peligros reales de los que están sólo en nuestra cabeza, y con paciencia, podremos aprender a gestionar todo esto sin tener que vivir paralizados.
La terapia psicológica ayuda a conseguir este equilibrio mediante la educación emocional y otras técnicas orientadas, concretamente, al miedo y la ansiedad.
Por esto, si te sientes identificado/a con el caso de A, puedes contactar con nosotros: estaremos encantados de acompañarte en tu proceso.