¿Es posible cambiar un recuerdo?

Dentro de las funciones de nuestro cerebro, destacan la percepción, la atención y la memoria. Cuando hablamos de memoria, directamente pensamos en recuerdos, pero la memoria es algo más que eso.

En neuropsicología, se entiende que el proceso de la memoria, comienza desde el momento en que una persona empieza a codificar información de su entorno; esta información puede venir en forma de imágenes, sonidos, vivencias, sentimientos… y nuestro cerebro busca la mejor forma de archivar esa información en otra fase que conocemos como almacenamiento.

Dependiendo de factores como la utilidad de ésta en el momento inmediato, su valor emocional o la frecuencia con que se nos presenta esa misma información, podemos almacenarla durante un periodo corto de tiempo o guardarla de por vida. La última fase de recuperación, es a la que comúnmente asociamos con los recuerdos.

En nuestro día a día, son habituales frases como “tengo buena/mala memoria”, “recuerdo todo de aquel día”, pero… ¿alguna vez nos paramos a pensar en si lo que recordamos, es verdaderamente lo que almacenamos? Y es que, el proceso de recuperación puede contaminarse con falsos recuerdos.

Los primeros estudios relacionados con este efecto de falsa memoria se publicaron a principios del siglo XX con Binet (1900), que propuso los mecanismos de la sugestión; fenómeno por el cual es posible que alguien asuma involuntariamente opiniones, recuerdos o razones de otros como propias. 

El resultado de este fenómeno es la existencia de falsas memorias: reportes memorísticos que difieren, parcial o totalmente, de la realidad que fue vivenciada. Los reportes o recuerdos que recuperamos pueden mostrar pequeñas desviaciones de forma; por ejemplo, durante un asalto, los testigos cuentan  que el atracador usaba capucha, cuando, en realidad, usaba un sombrero. Pero, en otras ocasiones, la modificación del significado de lo vivido es mucho mayor, como puede ser, al reportar un abuso sexual que nunca tuvo lugar.

A partir de la década de los 70, el interés por las falsas memorias creció significativamente. Una parte de ese interés apareció cuando Bartlett (1932) publicó sus estudios sobre los mecanismos del recuerdo. Pero aún fue mayor el interés suscitado, cuando, a partir de las investigaciones de Elizabeth Loftus, se conocieron los mecanismos que pueden explicar la aparición de recuerdos falsos, e incluso la modificación de los recuerdos almacenados anteriormente.

El experimento más conocido de Elizabeth Loftus consistió en la visualización de un vídeo, en el que podía observarse el choque entre dos coches. Después, se preguntaba acerca de la velocidad a la que iban los dos vehículos, modificando en cada pregunta la palabra que hace referencia a la acción, por ejemplo: colisionar, chocar, embestir, entrar en contacto, estrellarse… Los resultados mostraron una diferencia considerable en la velocidad percibida por los sujetos, dependiendo del término que se hubiera utilizado.

¿Qué extraemos de aquí? A pesar de que los procesos de codificación y almacenamiento fueron los mismos en todos los casos, se consiguió alterar la recuperación de ese recuerdo con un factor externo a éste. Este hallazgo supuso una revolución en el ámbito legal, psicológico y educativo, ya que los testimonios, relatos, formas de evaluar y pruebas personales, se debían realizar teniendo ahora en cuenta esta posibilidad. 

Para analizar las influencias a las que la memoria está sujeta, ponemos el foco de atención en el impacto de la cultura sobre los mecanismos y productos de la memoria. Bartlett presentó estudios que demostraron que, lo que las personas memorizamos, no se limita a lo que experimentamos directamente, sino que incluye contenidos extraídos de experiencias previas y expectativas culturales, ligadas al tipo de evento que se vive. Más adelante, la atención se centró en ofrecer evidencia empírica de las limitaciones de la memoria, como recurso para fundamentar tomas de decisiones en el ámbito legal y jurídico. 

Una importante contribución para el avance en el estudio de este fenómeno, fue el paradigma creado por Deese (1959), y posteriormente, también utilizado por Roediger y McDermott (1995), llamado paradigma de DRM.

Este paradigma consiste en la presentación de un listado de palabras, asociadas a una palabra crítica, que no se presenta en la lista que los participantes tienen que memorizar. Por ejemplo, presentamos las palabras: “silla, mesa, sofá, armario”; en este caso, la palabra crítica no presentada sería “mueble”.

Este procedimiento, permite crear un efecto de memoria ilusoria de una manera controlada en el laboratorio. Los diferentes estudios llevados a cabo por Deese, mostraron que se producía muy frecuentemente, un falso recuerdo de la palabra crítica, tras memorizar las listas de palabras relacionadas.

En conclusión:

Aunque sepamos que la memoria nos permite recuperar momentos positivos de nuestras vidas y experiencias desagradables, conocer que es posible que estos recuerdos estén alterados, completados con información falsa o modificados por factores o personas ajenas a nosotros, nos facilitará vivir en el presente, y no ser tan fácilmente vulnerables a la sugestión.

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