El mito del ser humano

Describir de una manera satisfactoria el funcionamiento del ser humano es condenadamente difícil. Existen tantas posibles definiciones, como mentes que se atrevan a formular una; por ello, este ejercicio requiere, más que de un ejercicio de análisis objetivo, de abstracción y creatividad.

¿Por qué es tan difícil comprender la naturaleza del Ser Humano? 

Podemos alcanzar conclusiones obvias y simplistas, como: “para poder comprender el funcionamiento de nuestro cerebro necesitaríamos un cerebro tan sofisticado que no podríamos comprenderlo” o “no tiene sentido intentar comprender el funcionamiento del ser humano, ya que ha evolucionado tanto y es tan complejo, que distintos seres desarrollan distintas maneras de funcionar, que nada tienen que ver las unas con las otras”. 

Es posible que estas reflexiones guarden algo de sabiduría y verdad, pero no nos ayudan a seguir cuestinándonos, ni, en consecuencia, a aumentar nuestro conocimiento. 

¿Qué tiene que decir la naturaleza al respecto?

El Ser Humano forma parte del grupo, probablemente, más complejo del universo: los organismos vivos. Estos son el resultado de la unión de distintos elementos del cosmos, bajo condiciones favorables que, influenciados por las leyes físicas, se unen y organizan de tal modo que desarrollan la capacidad de interactuar con el entorno.

Recogiendo aportaciones de la filosofía Gestalt, la vida es el máximo exponente de que el todo es mucho más que la suma de sus partes, ya que los elementos que en su conjunción configuran la vida, en realidad no están vivos. Discernir si este fenómeno está de algún modo organizado o si es el resultado de la entropía y la casualidad, ya es objeto de infinidad de debates. Lo que sí queda claro, es que las funciones más simples de la vida estarían estrechamente ligadas a la supervivencia y serían principalmente: la alimentación y la reproducción

La evolución, caprichosa como es ella, ha hecho, desde el inicio de los tiempos, a través de la selección natural, competir y cooperar por la supervivencia a estos organismos. Esto ha ayudado a que sus estructuras sean cada vez más complejas y sofisticadas. Millones de años de selección natural han sido necesarios para la aparición de organismos capaces de percibir el entorno a distintos niveles: retener información, desplazarse, alimentarse, reproducirse… 

De lo natural a lo social.

En este punto nacen la comunidad y el concepto de especie. Las especies crean redes, y la supervivencia ya no depende únicamente del organismo, sino también de su comunidad. Esta dirección evolutiva resultó ser tan tremendamente ventajosa, que no tardaron en aparecer especies capaces de interactuar más profundamente con su comunidad: primero, desarrollando respuestas emocionales simples y, más adelante, espectros emocionales complejos y algunas habilidades cognitivas, como la resolución de problemas, la cooperación con otros para alcanzar un mismo fin o la capacidad de entenderse como un ser diferenciado de otro –el concepto del Yo-. 

Finalmente, llegamos los primates y a la cabeza evolutiva de esta especie: nosotros, el Homo Sapiens Sapiens. No es un nombre elegido al azar, sino que se trata del homínido sapiente: el que acumula conocimiento. Se podría decir que esta es la principal característica que nos diferencia de otras especies cercanas a nosotros en la cadena evolutiva, pero esto sería reduccionista, ya que el salto es mucho más complejo que todo esto.

El ser humano tiene la capacidad de reflexionar, es decir, de llevar ideas de manera activa a su consciencia, darles significados formales y simbólicos, y gracias a ello, hacerse una construcción individual de cómo es él mismo, el mundo que le rodea y de cómo relacionarse con él. 

Y todo esto, ¿para qué?

En realidad, el ser humano y el primer organismo vivo continúan persiguiendo el mismo objetivo último: mantenerse con vida y reproducirse. Es aquí donde se pone interesante la cosa. Toda esta parafernalia intelectual, simbólica, emocional, social, cultural, ideológica, espiritual… en el fondo tiene un profundo sentido evolutivo. Comencemos por el principio: 

Somos hijos de ese primer organismo vivo, y no podemos escapar de la huella genética que éste ha dejado sobre nosotros. El día que esto realmente cambie estará naciendo una nueva forma de vida.

Nuestros antepasados, a lo largo de millones de años, han ido añadiendo a nuestro código genético, especificaciones que les ayudaron a conseguir lo que necesitaban – acercarse al calor, huir del frío, instintos para la reproducción, instintos para la supervivencia, … -, generando especímenes cada vez mejor preparados para el entorno que se encontrarían y, sin embargo, poco flexibles a los cambios del entorno sobre la marcha.

Llevamos implícito este código, que guarda información sobre eones de historia de la vida. Sin embargo, el salto al intelecto humano nos ha dado una herramienta muy especial: la capacidad de generar significados nuevos basados en la experiencia directa con el entorno. A través de un sistema sensoperceptivo tremendamente complejo, recogemos información del entorno y le damos un significado en relación con nuestras experiencias anteriores; así, le asociamos una experiencia emocional, que es nuestra manera de conectar el instinto con lo que viene ya grabado en nuestra identidad y, de este modo, no solo adquirimos una forma tremendamente profunda para relacionarnos con el mundo y nosotros mismos, sino también, la de poder atender y anticipar los cambios en el entorno. Gracias a esto, podemos sentir incongruencias y darnos cuenta de que algo está cambiando y, de ese modo, procurar adaptarnos generando nuevos significados

Lo que nos hace Humanos.

El Ser humano es la especie más vulnerable al nacer, ya que es tremendamente dependiente de sus cuidadores durante varios años de vida. Venimos inicialmente programados para responder a muy pocos estímulos, y no tenemos más capacidad de raciocinio que una cría de chimpancé. El resto de los instintos determinados genéticamente, irán apareciendo en fases concretas del desarrollo del niño. De este modo, podrá desarrollarlos en consonancia con su experiencia particular. Así, en función del entorno al que se enfrente, se desarrollarán más unas funciones que otras, ya que para distintos mundos, son necesarias distintas habilidades

Aunque en los primeros años de vida el niño desarrollará su esquema particular de qué es él mismo y qué puede esperar del mundo, su diseño cognitivo siempre le permitirá adaptarse en cierta medida a cambios en el entorno. No es de extrañar que, naciendo el ser humano de un modo tan vulnerable, lleve grabada en su interior una gran necesidad de afecto y cuidado, que son esenciales para su supervivencia. De este modo, la habilidad intelectual y simbólica se puede comprender cómo la manera de trasladar los instintos y emociones básicas a necesidades adaptadas al mundo en el que nos ha tocado vivir. Por ello, un entorno hostil genera necesidades diferentes a un entorno seguro, y un entorno con abundancia de recursos para la supervivencia, genera necesidades distintas a un entorno con escasez. 

En los últimos miles de años, la dominancia del ser humano sobre el entorno ha generado grandes cambios en la construcción de sus necesidades. Si hablamos del hombre/mujer moderno/a y occidental, podemos observar algunos ejemplos de esto. Las necesidades básicas de supervivencia han sido mayormente cubiertas, pero los instintos relacionados con la satisfacción de estas necesidades no han desaparecido: ¿qué ha ocurrido? Como mencioné antes, no podemos escapar de la huella genética de nuestros antepasados, ni del primer organismo vivo, ni del primer Homo Sapiens. Todo quedó escrito. Hemos adaptado nuestros instintos naturales a nuestra realidad. Ya no competimos por una supervivencia como tal, pero la sociedad es competitiva y jerárquica, y hay un gran instinto y ambición por estar en lo alto de la cadena. A esto lo llamamos el EGO

Normalmente, ya no hay depredadores salvajes de los que huir, pero existen otro tipo de depredadores como las presiones de la sociedad, el juicio del otro o el fracaso ante las expectativas propias o ajenas, que no dejan de suponer otros modos de miedo a la no supervivencia, a la no existencia. Por ello, en una especie que ha puesto el potencial de supervivencia del individuo en manos del otro – del cuidador, del grupo y de la sociedad – el ser visto y ser querido supone una de las necesidades más arraigadas en las personas. Así, la frustración de esta necesidad explica una gran parte del malestar y de la enfermedad de la conciencia. 

Yo soy yo, y mi contexto

Este es un tema interesante: el Humano no puede ser sin el otro. Configuramos nuestra identidad a través de la mirada ajena, de tal modo que, la responsabilidad del resultado de esa construcción, es compartida por el individuo y su sociedad. Si la sociedad no transmite al individuo ser digno de amor y protección, si no estimula su desarrollo y si no le comparte las características de la sociedad en la que va a tener que vivir, éste desarrollará una tendencia a enfermar. Del mismo modo, uno de los papeles principales del individuo es socializarse

La vida es una constante lucha por encajar en los distintos esquemas de relación que nos exige el entorno, pues es ahí donde el individuo entra en contacto con la sensación de su plena supervivencia. Es curioso cómo esta capacidad simbólica puede asociar el instinto de supervivencia a conductas que, en realidad, son contrarias a esta. Un buen ejemplo de esto sería la anorexia. En este trastorno de la conducta alimentaria, la autoexigencia y la aceptación social son capaces de asociarse tan fuerte con el miedo a no ser visto – que es el equivalente a no existir para un ser humano – que puede llegar a negarse a sobrevivir, si no logra cubrir esa necesidad.

Esta manera de funcionar pone en un papel protagonista a todo el espectro emocional, ya que, como se mencionó anteriormente, se trata del canal más genuino de contacto con las necesidades y con los instintos. Por ello, somos una especie que le asocia un significado emocional a prácticamente todo, porque prácticamente todo con lo que interactuamos explica algo de nosotros mismos. Gracias a esto, tenemos la habilidad de fabricar arte

El arte es un canal simbólico de expresión; es una manera de transmitir un sentimiento a través de un objeto. La razón por la que nos gusta tantísimo, es que nos permite explicar algo de nosotros mismos, removernos, conectar con otros, empatizar, competir y, sobre todo, desahogar

Nuestros sentimientos, por su naturaleza y su finalidad, necesitan ser desahogados. Dicho de otro modo, las emociones no están de paso por nosotros. Tienen una clara función: transmitir información y crear nuevos significados. Si esa información no es llevada a la consciencia, perdemos la capacidad de darle un significado congruente a la experiencia, tras lo que se tiende a sentir una saturación emocional, que lleva a la desconexión de lo corporal. La desatención de la experiencia interna provoca confusión, incertidumbre, constante vulnerabilidad y, en consecuencia, el organismo tiende a enfermar

En conclusión.

El ser humano es una especie expansiva: no parará hasta colonizar el universo o morir en el intento. Por ello, evolucionamos a un ritmo acelerado. El motor que configura el código genético de nuestro ser es el resultado de eones de evolución y estamos fuertemente marcados por ello.

Sin embargo, hemos transformado el arte de la supervivencia en algo condenadamente complejo que, mirado desde la distancia, es, en esencia, no morir y expandirse; pero si te acercas a las distintas capas que lo configuran, puedes perderte en sus laberínticos modos de poner en interacción a la especie, a través de la experiencia simbólica y emocional particular de cada individuo. De este modo, cada ser tiene necesidades distintas y una particular manera de sobrevivir y de expandirse, haciendo a cada persona un ser único y, en cierto modo, libre.

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